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Desconozco autor de la obra |
Anoche él
trajo las rosas. Tan contenta su cara de esas tres rosas rojas. Le dije que
eran muy hermosas pero pensé que para hoy estarían deshojadas sobre la mesa;
tan abiertas están. Pero no. Busco mi lupa para mirarlas en detalle. Una tiene,
ahí, una araña. Verde la araña, o tal vez amarilla. Diminuta. Nunca vi arañas
del color verde de una manzana. Detesto las arañas aunque se presenten en
colores. De todos modos me acerco, a pesar del asco que me produce y a pesar de
que ella levante sus dos patas delanteras, desafiante. Ahora camina por los
pétalos, por el borde. Cómo será el paisaje que ella tan asquerosa y diminuta
ve como horizonte aterciopelado. Qué se siente cuando uno recorre el borde de
un pétalo de rosa; una geografía suave con esa ligera ondulación. Algo, terso,
hecho de capas superpuestas de texturas delicadas. No merece una araña el
paisaje de una rosa.
El jardín así, en quietud, sin viento, apenas acariciado por una brisa ingenua, es
una lámina desplegada en todas las direcciones. Detenida la imagen; el sol
secando el rocío, la última gota titila: una gema en el pasto; y las mariposas
dibujando surcos transparentes en el aire. Doce sobre las zinnias. Todo el
movimiento del jardín, las mariposas.
Hay ruido de agua en la pileta vecina. Un murmullo de
cascada diáfana. Y las chicharras que hablan sobre el calor; y algún trino.
Por esta mañana ya lo vi todo. Quizás ahora pueda
escribir.
claro que sí,
ResponderBorrarbeso!!!
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