miércoles, 2 de septiembre de 2015

1 - Casi nada

Desconozco autor de la obra 
Dispongo las cosas para sentarme a escribir. Todo está colocado a mi merced, el cuaderno, un lápiz, el mate, las tres rosas rojas en un vaso alto, pero no empiezo. Hay demasiado que desvía mi atención. Están las mariposas en las zinnias. Las cuento. Todos los días paso largo tiempo contando la cantidad de  mariposas que revolotean las flores. Ocho, nueve, cuatro, quince. Siete. Me distraen las mariposas. Van, vienen, se posan, se juntan de a pares. Una sale a perseguir a otra y vuelan ensambladas formando una espiral,  avanzan juntas sobre el ligustro. Las pierdo y regresan tres. Me acerco a las flores con lentitud, entonces no se apartan  las mariposas. Una me envuelve por un momento y se va. Hay otra que se queda  tan cerca, tan pero tan cerca, quieta, como mirándome también cómo exploro el dibujo de las alas, dos láminas delgadas que la sustentan.  Redondeles negros, bordes oscuros como azules, polvillo anaranjado; y del revés una capa fina de ceniza lunar. Pliega y despliega las alas y luego se va.  De una flor a otra, de las rojas a las fucsias, de las fucsias a mis hombros, de mis hombros a las flores en un movimiento inagotable.

     Anoche él trajo las rosas. Tan contenta su cara de esas tres rosas rojas. Le dije que eran muy hermosas pero pensé que para hoy estarían deshojadas sobre la mesa; tan abiertas están. Pero no. Busco mi lupa para mirarlas en detalle. Una tiene, ahí, una araña. Verde la araña, o tal vez amarilla. Diminuta. Nunca vi arañas del color verde de una manzana. Detesto las arañas aunque se presenten en colores. De todos modos me acerco, a pesar del asco que me produce y a pesar de que ella levante sus dos patas delanteras, desafiante. Ahora camina por los pétalos, por el borde. Cómo será el paisaje que ella tan asquerosa y diminuta ve como horizonte aterciopelado. Qué se siente cuando uno recorre el borde de un pétalo de rosa; una geografía suave con esa ligera ondulación. Algo, terso, hecho de capas superpuestas de texturas delicadas. No merece una araña el paisaje de una rosa.

El jardín así, en quietud, sin viento,  apenas acariciado por una brisa ingenua, es una lámina desplegada en todas las direcciones. Detenida la imagen; el sol secando el rocío, la última gota titila: una gema en el pasto; y las mariposas dibujando surcos transparentes en el aire. Doce sobre las zinnias. Todo el movimiento del jardín, las mariposas.

Hay ruido de agua en la pileta vecina. Un murmullo de cascada diáfana. Y las chicharras que hablan sobre el calor; y algún trino.

Por esta mañana ya lo vi todo. Quizás ahora pueda escribir.



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