viernes, 4 de septiembre de 2015

8 - La idea ovillada

Apenas se tiene el germen de una idea, una frase, algo que flota sin forma aún, ahí, en la nebulosa, una imagen vaga, pareciera ser que es de tal fragilidad que cualquier distracción por mínima que fuera la desvanece en el aire. Desaparece sin dejar rastros de cómo y dónde rescatarla. Dónde volver a recoger el ovillo que todavía se desconoce.
 
Sucede cuando uno está cerca de dormirse que alguna imagen, alguna cadena de imágenes comienza a perfilarse en la oscuridad, detrás de nuestros párpados, en el fondo de la retina incluso con la luz mínima como la que le es precisa a un gato para moverse en la noche. Cuando está uno dejándose vencer por la morbidez placentera del sueño, ese dejarse ir sin ofrecer resistencia, solo esperando dormir un buen par de horas hasta la mañana siguiente; en ese lugar, se hace presente la cadena de imágenes, la frase-ovillo, la palabra justa. Pobre de uno cuando hay la promesa firme de recordarla por la mañana; sin ninguna otra cosa más que la resignación la idea se habrá perdido. Habrá ido a engrosar esa burbuja de ideas dilapidadas en espera de que otro las rescate.

A veces las ideas se presentan enredadas, en una bruma confusa, y no se sabe cómo hallar la punta de la madeja.


Hasta que aparece. Y lentamente, con pausas, amorosamente, se trabaja, se dan vuelta los hilos con cuidado, con tiempo, sin apuros; se aparta lo desenmarañado, vemos adónde nos conduce y el enredo se define; se ve con claridad el camino de los nudos, cómo traducir lo que siempre estuvo ahí. 

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