miércoles, 23 de septiembre de 2015

Mañana quizás , por Katy Herendi


Afuera golpea el viento. Corrés las cortinas para cerrarle el paso a tanta oscuridad mirás lo que te rodea. Pocas cosas: el sillón que te empeñaste en conservar; la alfombra grande. Pensás que sí, que tiene los bordes deshilachados. No, no todos los bordes, dos; los que durante años quedaron más expuestos.Igual, a pesar de las hilachas de los bordes te gusta. Su color verde botella; lo que queda del rojo. Los detalles blancos. Al menos es una alfombra grande y tiene presencia. Hace que los pasos no retumben tanto en la casa casi vacía.
Mookio 
Los caracoles que cuelgan de las ventanas golpetean por el viento furioso. El viento, cerca de la costa del mar no tiene freno. Cuando sopla, sopla.
No te gusta.
Te da miedo este vendaval encabritado. Aunque el fuego del hogar te da todo el calor necesario lo mismo te echás la manta a cuadros sobre los hombros. Y escuchás el viento. El viento y el piano que suena en el equipo. Te asomás a la ventana, tu cara se acerca al frío del vidrio. Se dibuja tu aliento en un círculo perfecto que tu mano borra. Está helado el vidrio; y de todos modos no ves nada afuera, sólo oscuridad.
Qué pensabas, no podés controlar nada aunque mires cada centímetro que el viento corre. Correrá y luego se detendrá cuando deba detenerse. Volvés a cerrar las cortinas. Mirás a tu alrededor. Tenés todo lo que querías tener. Pocas cosas. Sobre todo querías irte lejos dijiste; que ibas a empezar una vida nueva dijiste. Que querías estar sola.
Y te das cuenta de que no sabés cómo. Que tu vida está hecha de pedacitos. Pedacitos de los sucesos que te fueron ocurriendo. Todas las abandonaste. Nada hubo que empezaras y que concluyeras. Ni arquitectura, ni diseño, ni teatro. Ni las empresas que tantas horas de proyecto te llevaron y que estaban descriptas y pensadas hasta en sus mínimos detalles; y que no pasaron de ser eso: proyectos de la nada misma. No fuiste fotógrafa, no fuiste empresaria, no aprendiste nada de lo que te propusiste alguna vez. Qué pensabas, que una mañana cálida te irías a la costa, a vivir a la costa, y que serías feliz caminando descalza entre las pequeñas olas que visitan la playa mientras las gaviotas planearían sobre tus pasos gozosas de tu existencia, y que solo, así, ¿tu destino se abriría espléndido dibujando enormes arco iris a tus tardes de lluvia?
Nunca entró el otoño en tu idea. Menos el invierno. Nunca pensaste que te sentirías sola; tan autosuficiente que eras.
Ahora un viento te desmorona. El viento que lleva y trae objetos te trajo esta soledad hasta tu puerta. Ahora que dejaste de correr te alcanzó tu vida otra vez. Ea, hola, te conozco.

Tomás un té, Apretás la taza con las manos para sentir el calor. Te recostás en el sillón a mirar el fuego y escuchás al hombre que canta con el piano. Un piano, un saxo. La voz de un hombre. Canta en inglés. No tenés idea de lo que dice. Por ahí alguna frase armás. Más o menos. Igual te pone melancólica. No exactamente melancólica sino con un ánimo de fin de fiesta. Algo así; como cuando ya se fueron todos y la música es más suave y te acompaña, las velas agonizan parpadeantes y te sentás en un sillón a tomar un último trago, sin requerimientos. El fin de la fiesta. Un momento agradable que por ahora llegó a su final. Pensás en mañana. Probablemente el viento haya calmado y el día sea radiante. Quizás frío pero limpio, luminoso. Entonces mañana sí: podés levantarte temprano y quizás algo nuevo se te ocurra. 


Katy Herendi 

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