Afuera golpea el viento. Corrés las
cortinas para cerrarle el paso a tanta oscuridad mirás lo que te rodea. Pocas
cosas: el sillón que te empeñaste en conservar; la alfombra grande. Pensás que
sí, que tiene los bordes deshilachados. No, no todos los bordes, dos; los que
durante años quedaron más expuestos.Igual, a pesar de las hilachas de los
bordes te gusta. Su color verde botella; lo que queda del rojo. Los detalles
blancos. Al menos es una alfombra grande y tiene presencia. Hace que los pasos
no retumben tanto en la casa casi vacía.
Mookio |
Los caracoles que cuelgan de las
ventanas golpetean por el viento furioso. El viento, cerca de la costa del mar
no tiene freno. Cuando sopla, sopla.
No te gusta.
Te da miedo este vendaval encabritado.
Aunque el fuego del hogar te da todo el calor necesario lo mismo te echás la
manta a cuadros sobre los hombros. Y escuchás el viento. El viento y el piano
que suena en el equipo. Te asomás a la ventana, tu cara se acerca al frío del
vidrio. Se dibuja tu aliento en un círculo perfecto que tu mano borra. Está
helado el vidrio; y de todos modos no ves nada afuera, sólo oscuridad.
Qué pensabas, no podés controlar nada
aunque mires cada centímetro que el viento corre. Correrá y luego se detendrá
cuando deba detenerse. Volvés a cerrar las cortinas. Mirás a tu alrededor.
Tenés todo lo que querías tener. Pocas cosas. Sobre todo querías irte lejos
dijiste; que ibas a empezar una vida nueva dijiste. Que querías estar sola.
Y te das cuenta de que no sabés cómo.
Que tu vida está hecha de pedacitos. Pedacitos de los sucesos que te fueron
ocurriendo. Todas las abandonaste. Nada hubo que empezaras y que concluyeras.
Ni arquitectura, ni diseño, ni teatro. Ni las empresas que tantas horas de
proyecto te llevaron y que estaban descriptas y pensadas hasta en sus mínimos
detalles; y que no pasaron de ser eso: proyectos de la nada misma. No fuiste
fotógrafa, no fuiste empresaria, no aprendiste nada de lo que te propusiste
alguna vez. Qué pensabas, que una mañana cálida te irías a la costa, a vivir a
la costa, y que serías feliz caminando descalza entre las pequeñas olas que
visitan la playa mientras las gaviotas planearían sobre tus pasos gozosas de tu
existencia, y que solo, así, ¿tu destino se abriría espléndido dibujando
enormes arco iris a tus tardes de lluvia?
Nunca entró el otoño en tu idea. Menos
el invierno. Nunca pensaste que te sentirías sola; tan autosuficiente que eras.
Ahora un viento te desmorona. El
viento que lleva y trae objetos te trajo esta soledad hasta tu puerta. Ahora
que dejaste de correr te alcanzó tu vida otra vez. Ea, hola, te conozco.
Tomás un té, Apretás la taza con las
manos para sentir el calor. Te recostás en el sillón a mirar el fuego y
escuchás al hombre que canta con el piano. Un piano, un saxo. La voz de un
hombre. Canta en inglés. No tenés idea de lo que dice. Por ahí alguna frase
armás. Más o menos. Igual te pone melancólica. No exactamente melancólica sino
con un ánimo de fin de fiesta. Algo así; como cuando ya se fueron todos y la música
es más suave y te acompaña, las velas agonizan parpadeantes y te sentás en un
sillón a tomar un último trago, sin requerimientos. El fin de la fiesta. Un
momento agradable que por ahora llegó a su final. Pensás en mañana.
Probablemente el viento haya calmado y el día sea radiante. Quizás frío pero
limpio, luminoso. Entonces mañana sí: podés levantarte temprano y quizás algo
nuevo se te ocurra.
Katy Herendi
#cuentos #textosbreves #mujeres #mujeresescritoras
No hay comentarios.:
Publicar un comentario