jueves, 17 de septiembre de 2015

De cuando Gatúbela

Dariy Tatyana
Cansada de volar alrededor de las ramas bajas del pino que no hacían más que lastimarla,  la bruja bella del bosque se enfrentó a su adversario, el príncipe espantoso de las praderas; ella levantó sin titubeos su varita mágica, y con apenas un ligero movimiento lo transformó… en  perro.
En ganso.
No, no..., ¡mejor en sapo! En uno todo verde y lleno de granos apestosos. 

Casi enseguida la madre del sapo se asomó por la puerta de la cocina y los llamó a merendar. La bruja, cada vez más hermosa, volvió a levantar  su varita,  apuntó hacia la dirección de donde  esa voz desconocida provenía y voló hacia ella sin hacerse esperar. El sapo quiso correr, volar también como la bruja, pero ésta le advirtió: qué hacés nene si vos no podés, los-sapos-no-vuelan-pibe-o-no-lo-sabés.  Entonces el sapo quedó rezagado y demoró un poco en aparecer en la cocina porque ya se sabe que para los sapos las distancias se  hacen mucho más largas que para las brujas que van a todas partes volando. Cuando por fin el sapo, todo verde y lleno de granos apestosos, logró llegar, vio que la bruja  ya estaba sentada y además había devorado una porción del bizcochuelo que la mamá cocinó para los dos, y ya empezaba con una segunda. Dale nene que empieza Batman. Y bueno qué querés si tuve que venir dando saltos. Igual tardaste poquito, la próxima te convierto en gusano.

Por suerte para los dos esa tarde Batman iba a enfrentarse a Gatúbela, así que la bruja y el sapo prestaron especial atención al desarrollo de la historia para después jugarla.

Mirá a Gatúbela. Fijate. Así, igualita, soy yo. El sapo la miró. Después volvió a mirar la pantalla. Un segundo después, con una mano se tapó la boca y con la otra, abierta sobre su estómago, empezó a revolcarse sobre la alfombra a carcajada limpia. La bruja le gritó que era un tarado y le advirtió que muy probablemente mientras durmiera lo iba a transformar en una asquerosa cucaracha. O en aguaviva. O en nada. Y  Batman terminó sin que ellos pudieran enterarse de qué pasaba al final en el  capitulo de esa tarde. La madre del sapo apareció para apagar el televisor y les dijo que se fueran a jugar al jardín otra vez. Que en un rato la mamá de Tomasa vendría a buscarla; que aprovecharan el tiempo. Y que no corrieran como desaforados sino iban a vomitar todo el bizcochuelo.

Vomitar…, pensó Tomasa, y enseguida imaginó a Andrés vomitando incontrolable por toda la casa, por las paredes impecables, manchando las cortinas de voile. La madre gritando que era un inmundo; que por qué no era como Tomasa, tan linda, que no ensucia nada y que además es tan igualita a Gatúbela. Qué. Seguro que vos ni cuenta te diste, ay, qué hijo tan pavote que tengo. Por qué no tendré una hija como Tomasa.

Gatúbela tenía por fin amarrado a Batman; y en su propia baticueva. Ella, la mejor villana: la única que había logrado descubrir sin ayuda de nadie-nadie solo de su enorme ingenio,  el refugio del batitonto, ahora además lo tenía amordazado y atado y… y ahora qué. Ahora que él estaba totalmente a su merced qué más podía hacer. Al final era más divertido ser bruja. Sin dudas era lo que mejor le salía.  Juntó algunas piedritas y se sentó en el cantero de las lavandas. Cuando todo parecía haber llegado a su fin apareció el hermano de Batman, el grandote de veintiuno. Llegó gritando como un loco que venía a rescatar a Batman y se interpuso entre los dos, cosa bastante fácil de lograr teniendo en cuenta que el batibobo estaba atado con una soga y que ella estaba sentada jugando al dinenti al otro lado del jardín. Había suficiente espacio para interponerse entre ambos.
Gatúbela, estás perdida. Ahora sí, Batman, he venido a rescatarte, amigo. Ella lo miró con una ceja levantada y volvió a tirar una piedrita al aire. Qué. ¿Sos Robín? Sí, o es que ya la malvada y bella Gatúbela no reconoce al dúo dinámico en su propia baticueva. Ah, pensó ella, entonces él sí se da cuenta de que soy igual a Gatúbela. Pero igual estaba perdida. Dejó las piedritas del dinenti a un costado; las acomodó para después, y de un salto se puso en pie y los desafió, mientras Robin le quitaba las cuerdas a Batman. ¿Perdida? Jamás. Corrió hacia el otro lado del pino.
Mejor dicho, de la baticomputadora.
De los batitubos.
Ambos paladines de la justicia la tenían acorralada, uno de cada lado. Y avanzaban amenazantes. Cuando estaba casi a punto de caer en las garras de los buenos tomó una dura decisión, correría entre ambos, y si lograba pasar por entre los dos estaría a salvo. Sin embargo, al retroceder para tomar carrera chocó contra algo que no estaba en sus planes; y que antes tampoco estaba, sea lo que fuere, en el jardín. Giró la cabeza y se encontró  con un muro muy alto, cabellos negros, ojos celestes y una voz increíble que le dijo: no tan rápido pequeña Gatúbela, aquí estoy para defenderte. Soy uno de tus gatitos malvados. Y Gatúbela, la pequeña, se enamoró por primera vez.

Para cuando la mamá de Tomasa llegó, ella ya sabía que el chico se llamaba Pedro, que tenía veintidós años, que era compañero de la facultad del hermano de Andrés, y que aunque tuviera doce años más que ella era su novio aunque él no lo supiera todavía. Que era más divertido cuando él era quien la corría, la atrapaba y la levantaba en el aire para hacerla volar de verdad. Eran Peter Pan y Campanita. Antes de irse, y cuánto le costó irse esa tarde de ahí, le preguntó si él volvería alguna vez, y él dijo que probablemente.
Cada mañana de ese verano Tomasa ya estaba lista para ir a casa de su amigo, antes de que la mamá estuviese lista para llevarla y luego correr a la oficina. Ya no más remilgos ni protestas; mejor así, pensó la mamá y prefirió reservar la pregunta del porqué, por las dudas de que eso hiciera cambiar de postura a su pequeña.
Casi todas las tardes Pedro – Peter Pan – el aliado secuaz de turno, aparecía en el momento preciso a rescatarla. Y cuando no, cuando no llegaba, Tomasa sentía que el día era una serie de minutos sin sentido, que los finales de los juegos no eran finales y que Andrés era el chico más aburrido del planeta Tierra; y de los otros planetas también. Que para qué había verano. Y que por qué no llovía,  así al menos miraban novelas como la mamá del sapo que miraba como tres.

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