miércoles, 9 de septiembre de 2015

Ninguna duda


Catrin Welz Stein


Sobre las cinco de la tarde todavía restaban un par de horas de sol en el jardín. Se sentó en el piso  junto a una pared; encendió un cigarrillo. Con la brisa el humo se volatizaba de inmediato. Tomó el cuaderno y escribió: Mi vida es una desgracia. Después se quedó viendo las abejas sobre la hilera de lavandas. El cielo celeste insolente de pulcritud. Los árboles con sus verdes escalonados como una paleta de colores, el oleaje naranja de los bulbines prosperados.

Leyó eso que había escrito.


La ligustrina se le antojó algo tierno mullido como estaba. Una cosa fresca para morder o recostarse, si fuera posible sobre algo vertical. El viento lánguido arrastraba algún sonido perdido de autos en la ruta, algo como el sonido que se recuerda del mar, un oleaje intenso y difuso. Y los gatos pasaban de dormitar a la sombra a dormitar al sol, indecisos en la calidez de primavera de esa tarde. Pero según lo escrito su vida era una desgracia. Y así se lo recordaba, insistiendo en repetirlo hasta el cansancio. Hasta que no le quedara ni una sola duda de que  eso era verdad.

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