jueves, 3 de septiembre de 2015

7 - El hombre de California

Pensaba sobre un hombre de California. El hombre destinado a ser el músico de los grandes; aquel cuyo nombre denominaría luego algunas calles, conservatorios y bares. Esa clase de hombre de los que se jactan unos de haber conocido bastante bien;  para refrendarlo desglosan un anecdotario imposible y pretencioso; la noche en la que el hombre los llamó por teléfono para incorporarlos a su banda. Increíble llamada en medio de la noche. Podría haber estado lloviendo; casi seguro que llovía, como llueve en California,  donde todo se vuelve un poco azul porque ni siquiera esa lluvia era un agua torrencial sino algo sostenido y suave, hasta puede que cálida, y quizás pegajosa.

El hombre genio de California; el que con cada una de las notas que daría a luz horadaría la carne como pequeñas gotas de ácido, haría saltar lágrimas de los tímpanos, estrujaría los huesos hasta volverlos cartilaginosos. Todo a su alrededor bruma, como si la bruma emanara de su propio ser solo porque le sentaría bien, porque lo envolvería en un halo de misterio inabordable. Incluso Tony Carsoli podría haber contado cómo aquel encuentro absurdo y casual con el músico trastocaría sus días de otro modo inciertos.
El músico de California era los bares con neblina, las prostitutas bondadosas y tristes; los negros deliciosamente barnizados. El humo azul, el entrechocar de los hielos en los vasos de whisky. Los murmullos, algunas risas, el espejo largo y quizás percudido de la barra. La risotada explosiva a destiempo. El descorche del champagne.
Y el músico ahí, de pronto, en medio del escenario absorbiendo su humanidad entera el haz de luz. Su traje brilla como brilla el instrumento. Todo lo envuelve su don sin estridencias; y la luz blanca. Cae un silencio impenetrable sobre el público; se resignan las charlas, se acallan las voces, las cabeza giran al unísono en dirección a la luz. Hasta el humo se detiene.

Se aguantan las respiraciones.

Entonces la primera nota salta del pentagrama seguida de la segunda la tercera y todos los movimientos cruzan el aire del salón y lo impregnan, se esparcen, rodean como una espiral a los espectadores en un solo irrevocable; luego, la orquesta.
 ¿Qué edad transita uno cuando escucha la música de esta forma?    


Podría haber existido alguien así, en California.

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