Pensaba sobre un hombre de California. El hombre
destinado a ser el músico de los grandes; aquel cuyo nombre denominaría luego
algunas calles, conservatorios y bares. Esa clase de hombre de los que se
jactan unos de haber conocido bastante bien;
para refrendarlo desglosan un anecdotario imposible y pretencioso; la noche
en la que el hombre los llamó por teléfono para incorporarlos a su banda.
Increíble llamada en medio de la noche. Podría haber estado lloviendo; casi
seguro que llovía, como llueve en California, donde todo se vuelve un poco azul porque ni
siquiera esa lluvia era un agua torrencial sino algo sostenido y suave, hasta
puede que cálida, y quizás pegajosa.
El hombre genio de California; el que con cada una de
las notas que daría a luz horadaría la carne como pequeñas gotas de ácido, haría
saltar lágrimas de los tímpanos, estrujaría los huesos hasta volverlos
cartilaginosos. Todo a su alrededor bruma, como si la bruma emanara de su
propio ser solo porque le sentaría bien, porque lo envolvería en un halo de
misterio inabordable. Incluso Tony Carsoli podría haber contado cómo aquel
encuentro absurdo y casual con el músico trastocaría sus días de otro modo inciertos.
El músico de California era los bares con neblina, las
prostitutas bondadosas y tristes; los negros deliciosamente barnizados. El humo
azul, el entrechocar de los hielos en los vasos de whisky. Los murmullos,
algunas risas, el espejo largo y quizás percudido de la barra. La risotada
explosiva a destiempo. El descorche del champagne.
Y el músico ahí, de pronto, en medio del escenario
absorbiendo su humanidad entera el haz de luz. Su traje brilla como brilla el
instrumento. Todo lo envuelve su don sin estridencias; y la luz blanca. Cae un
silencio impenetrable sobre el público; se resignan las charlas, se acallan las
voces, las cabeza giran al unísono en dirección a la luz. Hasta el humo se
detiene.
Se aguantan las respiraciones.
Entonces la primera nota salta del pentagrama seguida
de la segunda la tercera y todos los movimientos cruzan el aire del salón y lo
impregnan, se esparcen, rodean como una espiral a los espectadores en un solo
irrevocable; luego, la orquesta.
¿Qué edad
transita uno cuando escucha la música de esta forma?
Podría haber existido alguien así, en California.
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