Aka Louise |
Cada día se volvía un poco más transparente.
¿Es
triste acá? la voz de la niña era un susurro; se fundía a veces con el
sonido del aire entre las ramas. O el canto perdido de pájaros que no
alcanzamos ver. Su mano se acercó a la
mía extendida; esperaba sentirla carnosa y tibia como antes sería tibia; ahora
no. Ahora sostenía su mano sin
sentirla; mi mano hecha un cuenco para la suya que sin reparos se acomodó
dentro, y que yo no podía sentir.
Ella, tan pequeña, había enunciado aquella pregunta
frente a la cabaña que yo había alquilado por el fin de semana; la cabaña con
forma de L, robusta de madera añeja, construida en un claro rodeado de pinos,
de casuarinas que cantaban con el viento,
de liquidámbares rojizos apenas asomado el otoño. Lejos de todo.
Caminamos unos pasos sobre la hojarasca que crujía bajo mis pies; solo bajo los
míos. Pensé en su pregunta. Respiré ruidosamente con el afán de que ella me
imitara, como un juego, pero la niña dijo que estaría bien que yo comiera
algo. Dejé la mochila en la galería
junto a la entrada a la casa, y me acerqué a los troncos adonde ella se había
sentado. Cantaba. No lograba comprender qué decía y me sobresaltaba ver cómo,
cuando el sol se filtraba como rayos dibujados entre las ramas y la iluminaban
con un resplandor celestial, ella desaparecía.
No ignoraba que un día simplemente sucedería; iba a
desaparecer. Pero mientras tanto ella jugaba, sin querer saber que había muerto,
y simulaba que yo era su madre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario