sábado, 5 de septiembre de 2015

Niña de cristal

Aka Louise 

Cada día se volvía un poco más transparente. 

¿Es triste acá?  la voz de la niña era un susurro; se fundía a veces con el sonido del aire entre las ramas. O el canto perdido de pájaros que no alcanzamos  ver. Su mano se acercó a la mía extendida; esperaba sentirla carnosa y tibia como antes sería tibia; ahora no.  Ahora sostenía su mano sin sentirla; mi mano hecha un cuenco para la suya que sin reparos se acomodó dentro, y que yo no podía sentir.

Ella, tan pequeña, había enunciado aquella pregunta frente a la cabaña que yo había alquilado por el fin de semana; la cabaña con forma de L, robusta de madera añeja, construida en un claro rodeado de pinos, de casuarinas que cantaban con el viento,  de liquidámbares rojizos apenas asomado el otoño. Lejos de todo. Caminamos unos pasos sobre la hojarasca que crujía bajo mis pies; solo bajo los míos. Pensé en su pregunta. Respiré ruidosamente con el afán de que ella me imitara, como un juego, pero la niña dijo que estaría bien que yo comiera algo.  Dejé la mochila en la galería junto a la entrada a la casa, y me acerqué a los troncos adonde ella se había sentado. Cantaba. No lograba comprender qué decía y me sobresaltaba ver cómo, cuando el sol se filtraba como rayos dibujados entre las ramas y la iluminaban con un resplandor celestial, ella desaparecía.


No ignoraba que un día simplemente sucedería; iba a desaparecer. Pero mientras tanto ella jugaba, sin querer saber que había muerto, y simulaba que yo  era su madre. 

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