jueves, 1 de octubre de 2015

Siesta


Un rayo de  sol se abre camino a través de una rendija de las persianas bajas del cuarto. El haz luminoso pasa por sobre tus ojos mientras estás a la espera de que el sueño llegue. Es un rayo perfecto: una línea delgada y chata que se acurruca a finalizar su recorrido en un rincón del dormitorio. Tus párpados se unen y se separan cada vez con más demora entre el cerrar y el volver a abrir, cada vez más laxos. De todas maneras el haz de luz en la oscuridad, tan cerca de tu cara, te atrae. Esa pequeña vía láctea, el mundo minúsculo de polvo inquieto. Las partículas se mueven, se desplazan en varias direcciones, brillan como polvo de estrellas. Tienen colores; un mundo galáctico y microscópico de corpúsculos inquietos. Soplás una vez. Soplás con más fuerza; no tanta: un remolino suave fragmenta la uniformidad de ese movimiento y enseguida la secuencia retoma su modo inicial.


Te vas durmiendo, ya tus ojos apenas se entreabren, que sí, que no que no; que no. El sueño vence;  la magia desaparece.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario