sábado, 24 de octubre de 2015

La noche inventada


Escribir a oscuras. Como un ciego.
Te procurás la oscuridad.
Bajar las persianas, correr las cortinas, sentarse. Tomar las hojas preparadas, el libro que servirá de apoyo. Un bolígrafo. Los lentes no son necesarios, no.
Cerrar los ojos igual, a pesar de la oscuridad. Escribir sin pensar. Seguir la voz que nunca se detiene y tomar nota de lo que dice.
El perro del vecino ladra.  Dos veces.  Se detiene. Ladra dos veces más y se vuelve a detener.  Tiene una especie de ritmo. Otra vez ladra. Hace silencio.
Y ladra de nuevo.
Por el grosor de sus ladridos decidís que es un perro grande así que, el ovejero alemán ladra.  Quisieras que ya dejara de hacerlo;  la verdad. 
A pesar de la oscuridad creada, persianas bajas, cortinas que bloquean el paso de la luz, los párpados cerrados, una luz mínima logra filtrarse y tus párpados la perciben. Es que afuera hay un sol que parte la tierra; los pájaros revolotean y sus trinos desvergonzados desbaratan tu noche. La noche de tu dormitorio. 
Y las chicharras…
El ovejero alemán ya no ladra pero el día insiste en hacerse notar. Hay un rumor en el aire, sonidos que no lográs velar. Hay saludos en la calle, alegres, a los gritos;  tenedores que se chocan con los platos del almuerzo en un barrio próximo, rumores de coches en la lejanía, o de personas haciendo largas esperas en los municipios, en el banco, en el bar revolviendo el café para diluir los cristales del azúcar y la cucharita glinqui glinqui, glinqui. Una bocina y la advertencia  eficaz y a tiempo, ¡Cuidado señora!
¡El rumor del mundo entero te aleja del cuarto! Volvamos a la noche. La mente donde tengo el cuerpo, te lo dijeron más de una vez.
La oscuridad en el cuarto. Escribir así. Resaltar otros sentidos. ¿Estaré escribiendo encimado?  ¿Podré leer algo, luego, cuando la luz…? Los dedos de la mano izquierda sirven de margen y de renglones. Se deslizan una nada hacia abajo para tener una noción mínima del espacio. La mano derecha escribe, se detiene, y sigue escribiendo.  No sé si no estoy encimando las palabras.  O qué distancia hay entre los renglones imaginarios. Las persianas crepitan por el calor. Esta noche ficticia que recreaste para ver adónde te lleva el no ver objetos que te inspiren, no te engaña. No es de noche. Si tus párpados se abrieran ahora, tus ojos verían el dormitorio a la perfección, porque se acostumbraron a la oscuridad. A lo que los párpados ocultaron para dar lugar a esta atmósfera artificiosa que no te engaña.  El cuerpo está alerta durante el día, descansado. El techo de chapas cruje, según el sol aparece o se oculta detrás de las nubes. De noche, las chapas no muerden el aire con ese crujir incómodo. De noche, el silencio está plagado del croar de las ranas, con esa música que evoluciona según qué celebren: las lluvias, el encuentro con las aguas de algún charco efímero, la humedad, una bandada de insectos desprevenidos, el amor. De noche, si uno presta la suficiente atención, puede alcanzar a percibir cómo la luna se desliza sobre el riel que la transporta para que no pierda la ruta; un siseo; una poquita cosa en el cielo; Ssssss. Y si todavía uno no dejó de estar atento verá con claridad cómo, de pronto, una estrella roe la tansa que la sostiene y se deja caer en caída libre, y sobre el final de la caída, justo a tiempo, planea sobre la hondonada azul, como bordada, donde las estrellas ancianas se acumulan reunidas desde tiempos ancestrales. 
De noche se pueden ver los ojos de los gatos sin gatos, solo pares de ojitos –amarillos, con rayas, fluorescentes- moviéndose entre las plantas como si fuesen  peces entre las algas,  con esa misteriosa soberbia de quien sabe guardar  secretos que no revelará jamás.
Pero ésa es La Noche.
Que no es el día.

Y ahora hay cosas que hacer. 

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