sábado, 24 de octubre de 2015

No. Que no

Karla Gerard 
Hablale al gato. Miralo a los ojos y decile que no te gusta que llore todo el día sin necesidad. Dale de comer por la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche. Explicale que ya no va a estar en brazos porque es lo mismo; cuando lo dejes en el suelo quizás llore todavía más. Que le quede claro que no querías más gatos; dos era un buen número. Decile que tenés cosas que hacer. Que te molesta caminar mirando el suelo para no tropezarte con él cuando colgás la ropa, barrés o lavás el piso.
Y que la escoba es para barrer, no para que él la ataque con cada movimiento.

Decile que tenés una vida. Que te encanta el perro del vecino; mucho. Que estás harta de verlo en cada una de las ventanas como si fuese diez gatos; o Dios que está en todas partes. Que tu café, el que tomás sentada en el suelo porque te da la gana no es para que él lo olisquee y meta sus bigotes dentro.

Contale cosas terribles que sabés sobre el destino de otros gatos; incluso menos molestos que él. Que dé las gracias cada día por tenerte (y que ya deje de maullar).
Que si de noche  te levantás a tomar agua no es para que él maúlle afuera como si su vida corriera peligro. Y, que cuando abrís la puerta del patio no es motivo para que él vuelva a maullar como una sonaja sin fin. Cualquier día, a cualquier hora.
Que te está volviendo loca.
Huraña.
Insensible y mala.

El fin de semana andate. Metete en un cine para ver una película que te guste mucho; esa que esperaste que  se estrenara desde hace meses. No la disfrutes; pensá si el gato tiene su alimento, si no estará llorando por tu ausencia. Abandoná la sala –permiso, perdón, dejé el gas encendido, disculpe, gracias-, y volvete. Volvé  a toda prisa a tu casa con la sensación de haberlo arruinado todo.

 Al llegar, el gato estará durmiendo, plácidamente. Luego, al verte, comenzará a llorar otra vez.
Ponete a pensar en cómo era antes el silencio de tu jardín. Extrañalo. Y ahora preocupate. Estás hablándole a él que solo es un gato.

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