jueves, 16 de febrero de 2017

El show todavía no había empezado, les dijo el portero. Se ubicaron en una mesita, en la penumbra, y pidieron las bebidas. No había mucha gente, porque era una noche de semana, pero todos los presentes, salvo ellos, eran del ambiente. Los hombres tenían peluquines de colores inverosímiles, las mujeres eran viejas, demasiado pintadas y enjoyadas, y la mayoría de ellas con pelucas excesivas. Junto a cada mesa había una silla cargada con tapados de piel. Se bebía pesadamente, y eso que la noche recién empezaba. En la barra había por lo menos veinte borrachos.
-¿Y si les cortan la luz? -dijo Kitty.
-Ni lo notarían. Pero no la van a cortar. Los dueños de estos locales siempre conocen a algún empleado de la compañía de electricidad y averiguan con anticipación qué va a pasar.
-Aquella vieja está borracha.
-¿Cuál, la de pelo azul? No creas. Ha estado borracha durante diez mil noches, así que ha adoptado el gesto. Pero me parece que todavía está sobria.
-¡Cómo hablan todos!
-Es notable, en efecto. Siempre están hablando. Pasada cierta edad tienen una técnica tal que nunca les falta tema. (...)
-Todo esto es extraordinario -decía Reynaldo-. Uno piensa que es posible sobrevivir, después de todo.
-Pero nosotros no vamos a ser extraños.
-Es cierto. No podríamos. A nuestra edad ellos ya habían dado la vuelta a la Vía Láctea. Nacieron adultos. Antes todo era distinto. Son de la época anterior a la juventud, esa pérdida de tiempo.

De La luz argentina, de César Aira (1983)

Cuadro, Vladimir Hudobko

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