domingo, 15 de enero de 2017

Era el fantasma de Prudencio Aguilar quien lo limpiaba, le daba de comer y le llevaba noticias espléndidas. Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual. De ese cuarto pasaba a otro idéntico, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual y luego a otro exactamente igual y así hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que su amigo Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba el fantasma de Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo habían llevado a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre creyendo que era el cuarto real.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
Fotografía, Jean Noël de Soye


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sábado, 14 de enero de 2017


Parece una estupidez sentir emoción ante un anuncio de una bebida refrescante, pero cuando su imagen empezó a perderse en la oscuridad, pensé: Están muriendo todos, nuestros padres y madres, aquellos que llegaron como emigrantes, como refugiados, como exiliados, los que fueron a la guerra, los chicos y chicas "de antaño".


Siri Husvedt, Elegía para un americano 



Chelin Sanjuan, ilustradora
Allí tumbada en el suelo del estudio -decia Violet en la cuarta misiva- me dediqué a observarte mientras me pintabas. Me fijé en tus brazos y en tus hombros, y especialmente en tus manos mientras trabajabas en el lienzo. Hubiera querido que te volvieras hacia mi y te aproximaras y me frotaras la piel igual que frotabas la pintura. Quería que oprimieras la carne con el pulgar del mismo modo que hacías con el cuadro, y pensé que si no me tocabas me volvería loca, pero ni me volví loca, ni tú me tocaste una sola vez. Ni siquiera me estrechaste la mano. (...) Siempre que muere un artista, su obra comienza lentamente a reemplazar a su cuerpo, convirtiéndose así en su sustituto corpóreo en este mundo. Se trata de un proceso, supongo, inevitable. Al pasar de una generación a otra, ciertos objetos de utilidad, tales como sillas o platos, pueden parecer temporalmente infundidos del espíritu de sus antiguos dueños, pero esa condición sucumbe con bastante rapidez a sus funciones pragmáticas. El arte, por su inutilidad intrínseca, se resiste a verse incorporado a la cotidianidad, y cuando es mínimamente potente, parece alentar con la vida de la persona que lo creó.

Siri Husvedt, Todo cuanto amé (fragmento)

Ilustrador, Vladimir Dunjic 



Escribir es invadir el espacio de otro, aunque sólo sea para memorizarlo. Escribir es provocar la censura enfadada de quienes no escriben o que no escriben como nosotros y pueden vernos como una amenaza. El arte es por naturaleza un acto transgresor, y los artistas deben aceptar ser castigados por él. Cuanto más original y desestabilizador es su arte, más devastador es el castigo.

Joyce Carol Oates.

(Extraído de: The New York Times y Clarín, 1999. Traducción de Cristina Sardoy.)
De la imagen no pude encontrar el autor.