domingo, 15 de enero de 2017

Era el fantasma de Prudencio Aguilar quien lo limpiaba, le daba de comer y le llevaba noticias espléndidas. Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual. De ese cuarto pasaba a otro idéntico, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual y luego a otro exactamente igual y así hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que su amigo Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba el fantasma de Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo habían llevado a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre creyendo que era el cuarto real.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
Fotografía, Jean Noël de Soye


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