martes, 22 de diciembre de 2015

Feliz Navidad


¡¡¡Muchas Felicidades en esta Fiestas!!! 



 Que en el silencio de esta Noche


Nuestra alma escuche la voz de los Ángeles:


"Les traigo una buena noticia,


les ha nacido el Salvador".


Que hoy todos los hombres salgamos a buscar al Niño Dios sabiendo que esta en el pesebre.


No tengamos miedo a entrar en la cueva huele a oveja,


huele a Pastor, Huele a amor.


Que este olor inunde el mundo, que no haya mas olor a guerra,


que en el mundo no haya mas olor a odio.


Que por esta noche al menos,


el mundo se parezca a una gran familia.


Que ningún niño llore de hambre,


que ningún anciano viva el abandono..


Que nuestros seres queridos ausentes


tengan un lugar en la mesa.


Que todos los hombres tengan un hogar


donde compartir el amor.


Que los que están en el cielo


compartan con nosotros esta Noche.


Que Jesús se quede en nuestro corazón para que siempre sea Navidad.





(Fuente: Oración del Padre Tomás LLorente).


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Ocuparse

 
Toco los objetos que fueron de mi madre. Mi madre que falleció hace un año. Todo lo guardaba -en carpetas, en cajitas forradas por ella aprovechando incluso las que traían los saquitos del té que le gustaba, en cajas de plástico grandes con tapa, en las latas decoradas de las masitas de manteca, en fin, era una guardadora profesional. Y no lo digo con dobles intenciones, sino por el contrario, es con el ánimo de decir que todo le resultaba útil, interesante, importante, imprescindible, imposible de ser desechado. Por eso ella siempre decía que estaba ordenando. Y es que así era, en verdad ordenaba. Y ahora en cada caja, en cada carpeta, en cada cajón que abro resulta que me recibe no solo su perfume -que increíblemente está impregnado en todo, incluso en los papeles y los muebles-, sino que descubro cuántas cosas requerían de su atención. Los temas diversos. En cuántos coincidíamos sin saberlo, cuántas cosas más hubiésemos podido compartir.
En la penumbra de su casa, con las ventanas abiertas y la brisa recorriendo los ambientes, encuentro a mi madre en todo. Siento su presencia, me sorprendo con artículos que de pronto salen como a mis manos, y que son algunos temas en los que precisamente yo estoy poniendo mi atención ahora. Como si ella me advirtiera que allí están, puestos para mí, con la generosidad que siempre tuvo para facilitarme aquellas cosas que sabía que me interesaban. No solo a mi, sino a todos quienes la rodearan.
Descubro en esta limpieza obligatoria, y lo suficientemente minuciosa como para no desechar nada de valor, a una mamá que no sabía que tenía. Y que lamento tanto no haber descubierto en tantos años que compartimos.

jueves, 10 de diciembre de 2015

sobre Wabi Sabi

 “ aflojar el paso, ser paciente, y mirar muy de cerca.”

del libro: Wabi Sabi. Para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofos

miércoles, 2 de diciembre de 2015

En la plaza


Ella lo espera todas las tardes; en la plaza. Da lo mismo si llueve, graniza o el calor tórrido y aplastante del verano amedrenta a las personas que buscan el resguardo de un techo, o el fresco de paredes en penumbra. Ella espera. De memoria conoce el horario de su tren. No tiene dudas de que lo va a ver descender las dos escalinatas como si se hubiera equivocado de estación, con ese gesto de sorpresa, los ceños formando el frunce ya casi permanente, como si alguien acabara de hacerle la pregunta del millón en finlandés. Que avanzará sobre los mismos ladrillos empujado por sus zapatos, un poco ajados pero brillosos a fuerza de la lustrada obsesiva, y que con su andar pausado y solitario va a cruzar toda la plaza sin mirarla ni una sola vez.
En vano ella busca lograr su atención; él no parece advertir su presencia. Durante el resto del día, de todos los días, ella se deja arrastrar por los sueños más disímiles. Imagina cosas simples como que una tarde él bajará del tren con una sonrisa, estirará una mano hasta alcanzar la suya y entonces no será necesario agregar palabras ni gestos ni nada, a la nada ya dicha. La llevaría a su casa, quizás hasta pudiera calentar agua para ofrecerle un té de jazmín, y luego, luego sólo vivirían el uno para el otro. Está segura de que, con los tiempos que corren, toda esa fascinación suya linda precariamente con la cursilería de otros tiempos. Pero como no hay cosa tan privada como un sueño, y como tampoco tiene nada mejor que hacer, esos pensamientos de autocensura se evanescen pronto. 

Hubo muchos días, como el de esta tarde. El sol iluminando rincones oscuros en los arbustos del parque, formando diminutos arco iris en los chorros de la fuente de agua, creando haces de luz entre las ramas altas de las palmeras, y las palomas…, bueno, las palomas siempre revoloteándole alrededor. Ya. Pero si parecen ensañadas. Se le posan en la cabeza, en los brazos y lo que es peor se quedan sobre sus hombros. ¡Qué no soy un mirador, caramba! Pero las palomas, por más que ella haga esas sacudiditas imperceptibles no le hacen caso a sus protestas y le arrullan con ternura al oído. Y como de costumbre ella sonríe porque cuando él pasa ellas se van. 

A ella le encanta estar en plaza porque puede observar los juegos de los niños y escuchar sus diálogos tiernos y esas risitas comestibles. A veces participa de sus juegos: ella sabe cómo ocultarlos detrás de sí para que los otros no los descubran mientras dura el escondite, y nunca le molesta que dejen huellas de chocolate en su vestido. Muchas veces se sorprende a si misma soñando con una familia grande y bulliciosa; imagina cómo sería una mañana, la cocina impregnada del olor crujiente a pan tostado; y una docena de bocas llenas de algarabías infantiles; de cuentos a la hora de dormir, y canciones de cuna. Desea una familia. Con él, que ni la ve. 

Pero la plaza le concede otras alegrías. Como aquella, semanas atrás, el acto había convocado a la gente del barrio. Los vecinos la habían rodeado. Nada menos que a ella. La banda de músicos sembró ritmos que duraron en el aire durante horas. Cuando ya anochecía, y en la plaza sólo quedaban algunas guirnaldas y un globo solitario bailoteaba enganchado de un cable de luz, ella descubrió el enorme ramo de flores que alguien había puesto en sus manos y que le daba algo de brillo a su piel de mármol.

Las 18.47. El tren se detiene puntual en la estación. Enseguida lo ve. Él cruzará las vías para caminar hacia ella como siempre. Quizás esta vez se digne a mirarla. En sus manos trae una caja. Una caja mediana envuelta para regalo con un papel crujiente y rojo, y un gran ramo de rosas blancas. Ella no sabe si reír o llorar, el corazón le late, o ella cree que sí, está segura de que su corazón late con fuerza. Es una sensación extraordinaria. Él no se ha detenido, avanza .
De repente ella se pregunta si no es un poco arriesgado por parte de él traer flores y bombones -que ella no come- si ni siquiera cruzaron nunca un saludo. Pero bueno, a ver, ahora no es momento de recular. Él deposita los presentes a su lado –es ahora…, ahora me va hablar-. Él se inclina y ata el cordón de uno de sus zapatos nuevos. Una vez sujeto el cordón se incorpora y toma sus paquetes, sin pronunciar palabra. 
Ella aguarda tranquila, ya esperó tanto. Se dice para sus adentros, que él estará buceando entre miles de palabras para encontrar las adecuadas. Una paloma blanca vuela alrededor. Él enciende un cigarrillo, da cuatro pasos, gira y vuelve sobre sus huellas. Consulta su reloj. Flexiona las rodillas para sentarse en el banco y en ese instante la descubre, por primera vez. Única, irrepetible vez. Levanta los ojos, mira los suyos, y se sonríe. Escucha lo que le murmura: La hora que es… ¿no? Y en el preciso segundo de este día delicioso otra voz responde en su lugar.
Disculpame, se me hizo tarde en la oficina. ¿Hace mucho que me esperás?
Toda la vida dice él y le entrega los obsequios.
La chica se ríe, le dice que es un cursi y le estampa un beso. 

Ella los ve alejarse en medio de algo, una especie de halo, algo que será lo que llaman alegría. O amor. Puede ser eso. El amor. Y algo nuevo, una tibieza en forma de gota se anida en la comisura de sus ojos. ¿Por qué? Y la pregunta se repite durante una década entera. Por qué será, se dice por fin, que de las estatuas nadie se enamora. 
Y una paloma se posa sobre su cabeza, otra vez.

Katy Herendi 

de Jacques

Vladimir Hudobko 
Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos
de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero
sin hablarme.
Sin mirarme
se puso de pie.
Se puso
el sombrero.
Se puso
el impermeable
porque llovía.
se marchó
bajo la lluvia.
Sin decir palabra.
Sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.

Jacques Prévert, Desayuno

Arte: Vladimir Hudobko

de Wislawa


Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda
él de camino hacia el coche.
Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.


No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.
Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.
Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.
Y yo sólo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros, Lectores,
de que aquello fue triste.

Wislawa Szymborska, Perspectiva

de Hermann



de Paul

Fragilidad del alba: en el límite
de tu lámpara oscurecida: aire
sin palabras: flor de ceniza, corola
plegada. Desde el más pequeño
de tus soles, retienes
la escaldadura: vaina
de luz aplacada. Tu palma
en barbecho: su semilla
entrando en la mudez. Más allá de esta hora, el ojo
te enseñará. El ojo aprenderá
a desear.

Paul Auster, Fragilidad del alba
traducción, Jordi Doce